Si hay algo que realmente no me gusta es posar una sonrisa para una fotografía, y sobre todo la expectativa social de tener que hacerlo.
La expectativa de tener que sonreír en las fotografías es un fenómeno social que siempre me ha llamado la atención, por lo que decidí investigarlo un poco, y a la vez escribir un artículo que invite a la reflexión sobre nuestros propios comportamientos.
Cuando veo gente preparándose para que les tomen una foto grupal, automáticamente casi todos están posando una sonrisa de forma compulsiva. Pareciera que lo hacen como si fuera un mandato social incuestionable. Una supuesta ley inquebrantable.
Una sonrisa posada para una fotografía es un asunto artificial, especialmente hoy en día, cuando casi cada fotografía tomada en un ámbito social se asume que se colocará en redes sociales, por lo que los modelos partícipes ponen todo su empeño en el despliegue de sus dientes sonrientes, y quizás así traten de hacer parecer que se la están “pasando bomba”.
Bueno, de por sí, lo que vemos en las redes sociales no es la vida real, sino algo también falso y maquillado, por lo que tiene sentido que estén llenas de sonrisas que sean su equivalente.
Pensar en esto me hace cuestionarme cuál es el punto de tomar fotografías. Si se trata de preservar la imagen de un momento para el futuro, me parece que tendría más sentido si la foto se hiciera lo más orientada posible hacia capturar la situación como tal, de forma real. Es decir, en el caso de fotos de personas, si estas estaban sonriendo o riendo cuando justamente se les tomó la fotografía, tendría sentido inmortalizarlas así en una foto, y sería más congruente con la realidad, que las sonrisas posadas.
Un poco de historia
El equivalente a las fotografías solían ser los retratos pintados. Basta con ver algunos ejemplos de retratos pintados hasta el siglo XIX, para notar que la tendencia era aparecer con expresiones solemnes y serias. Esto es atribuible al considerable tiempo que tomaba realizar una pintura, y al tipo de sujetos que protagonizaban las pinturas (generalmente aristócratas respetables), así como al hecho de que mostrar emociones abiertamente era considerado inapropiado o un signo de falta de control. Finalmente, la intención era capturar la esencia del sujeto, en el caso de aristócratas, su presumida nobleza, supongo.
Cuando la fotografía fue inicialmente introducida, heredó este estándar de seriedad, y así se mantuvo por muchos años. Los retratos fotográficos aún se trataban como una ocasión solemne, similar a como fueron anteriormente los retratos pintados.
Esto no cambió instantáneamente cuando llegaron a estar disponibles en el mercado las primeras cámaras fotográficas a un precio suficientemente accesible para que pudieran ser adquiridas por un público amplio.
Conforme la tecnología fotográfica fue mejorando, el tiempo de exposición necesario para realizar fotografías fue disminuyendo, lo cual permitió que las personas comenzaran a experimentar con diferentes expresiones. No obstante, el cambio hacia el actual estándar de aparecer sonriendo fue gradual.
Uno de los factores principales que influyeron en producir este cambio fue la publicidad y los medios de comunicación, que promovían imágenes de personas sonriendo, llegando a crear la supuesta expectativa de cómo se debería de aparecer en una fotografía.
Por razones naturales y sociales, los seres humanos imitan lo que ven, así que cuando algunas personas comenzaron a sonreír en las fotografías, siguiendo las pautas publicitarias, otras les siguieron a ellas, y de esta forma, sonreír en una fotografía poco a poco se volvió un contagioso estándar.
¿Pero por qué una sonrisa, y no algo más?
Para comprender esto, es importante entender la influencia que tienen las sonrisas en el ser humano. Ver una sonrisa automáticamente produce una serie de reacciones que probablemente muchos consideren agradables o placenteras, y tiene su significado en una base biológica y psicológica.
El simple acto de observar una sonrisa puede liberar en nuestra mente neurotransmisores asociados con la felicidad y el placer, como dopamina, serotonina y endorfinas. Además, cuando alguien ve una sonrisa, generalmente, por contagio emocional, termina produciendo una sonrisa también, algo que puede afectar su propio estado anímico. Estas reacciones no solo suceden en persona, sino también al ver una sonrisa en una fotografía, ya que nuestra mente no puede distinguir por completo entre ver una foto de alguien posando una sonrisa y una persona frente a nosotros sonriéndonos.
Por otro lado, nuestra percepción de alguien se ve influida si lo vemos sonriendo, llevándonos a atribuirle, sin ninguna otra razón, características positivas como confiable, amigable y agradable. En este sentido, podríamos argumentar que, de cierta manera, posar una sonrisa en una fotografía es entonces una forma de buscar presentarse de una forma positiva hacia quien vea la foto.
Aún entendiendo mejor algunas de las razones por las que llegamos a este sonriente punto en nuestra historia humana, me pregunto, ¿por qué las personas no cuestionan esto y siguen posando sonrisas para una fotografía automáticamente, sin pensar?
La respuesta no es tan simple, pero creo que en parte no cuestionan la ejecución de su automática sonrisa al fotografiarse debido a que es un comportamiento que ya está demasiado arraigado en la cultura actual, además de ser fuertemente inculcado desde la infancia. Sobre todo porque “es lo que todos hacen”. La mayoría de la gente no se siente cómoda con salirse de la norma por temor a ser rechazada.
Además, creo que seguramente muchos perciben, aunque quizás no de forma tan articuladamente consciente, la capacidad de influir la percepción que tienen estas sonrisas fotografiadas sobre quienes las ven. Así, en cada oportunidad fotográfica que tengan, se empeñarán en seguir posando la mejor sonrisa que puedan producir.
Esto me trae a la mente los constantes reproches que he recibido a lo largo de mi vida por negarme una y otra vez a participar con mi propia sonrisa en las ocasiones en las que me he tenido que someter a una foto grupal.
Me parece que quienes reprochan quizás tengan la impresión de que, para empezar, estoy afectando negativamente el placer que les produce participar de rodearse de sonrisas (tal vez nunca nadie más les sonríe, ahora que lo pienso).
Pero además estoy “arruinando” la producción de una fotografía que luego, como vimos, podrían utilizar a su favor para influir en cómo los perciben otras personas.
Y es que si una sola sonrisa es capaz de provocar en quien la ve las reacciones placenteras descritas anteriormente, podemos imaginar lo que múltiples sonrisas, capturadas en una foto grupal, podrían causar. Posiblemente tengan un efecto cumulativo o multiplicado.
No es de sorprenderse entonces que algunos participantes de fotografías grupales se resientan y expresen su desaprobación si uno de los fotografiados no participa aportando otra sonrisa al grupo, impidiendo a los demás obtener una tremendamente efectiva y útil fotografía que podrían usar para su beneficio, especialmente en la era de las redes sociales.
Por mi parte, aunque entienda mejor las razones del fenómeno, seguiré pensando que posar una sonrisa para una fotografía es algo ridículo, y no pienso empezar a hacerlo en ningún momento cercano. Me reservaré mi sonrisa para los asuntos que verdaderamente me hagan sonreír.